jueves, 11 de septiembre de 2008

Debates. La renovación del Congreso


Javier de Belaunde.R. de S.
Si queremos vigorizar el régimen democrático, es primordial elevar el nivel moral e intelectual de los parlamentarios. Nadie podrá discutir que hay representantes del pueblo que en mala hora fueron elegidos, porque un Congreso integrado por elementos poco ilustrados y de conducta deshonesta, no afianza un régimen democrático. Lejos de ello, prepara el terreno para un nuevo autoritarismo, y en eso tenemos amarga experiencia.
En la función pública es fundamental el imperio de la honradez y la capacidad, cualidades que son fundamentales para la vigencia de una democracia, porque la corrupción de los pueblos nace del mal ejemplo proporcionado por legisladores y gobernantes.
Muchas opiniones se han vertido para mejorar la calidad del Congreso. Una de ellas, la más frecuente, es restaurar el sistema de renovación de las Cámaras legislativas (en este caso es una sola) por tercios o por mitades. Este sistema se inicia con la república, ya que la Constitución de 1823, en su artículo 55 afirma lo siguiente: "se renovará el Congreso por mitades cada dos años, de modo que cada cuatro años lo sea totalmente". Coincide con la Constitución argentina (ver Juan González Calderón), en la que se reitera este sistema en la Constitución de 1928 para la Cámara de Diputados: "se renovará por mitades cada dos años, la suerte designará a los diputados que deben cesar en el primer bienio".
En el Perú, la Constitución de 1828 es muy importante porque los legisladores que intervienen en ella ya son políticos con sólida formación y experiencia. Con fundamento, el insigne jurista Manuel Vicente Villarán afirma que dicha Constitución es el primer experimento de una distribución bastante feliz de organización del Estado. El sistema allí establecido se repite en todas las constituciones hasta la de 1920, al establecer la renovación total de la representación parlamentaria. Es el sistema vigente en la actualidad, que tiene algunos inconvenientes porque se produce simultáneamente con la elección del Presidente de la República, de donde resulta que ambos poderes tienen el mismo origen, lo que –dada nuestra tradición presidencialista– puede dar lugar a una decisiva influencia del Poder Ejecutivo, rompiendo el equilibrio de poderes propio de un régimen democrático.
Una ventaja de la renovación parcial es que mantiene al Congreso en contacto con la opinión pública y las nuevas corrientes ideológicas, facilitando que lleguen a él otros planteamientos políticos. Un Congreso debe ser la voz de la opinión ciudadana. Cuando se divorcia de ella pierde prestigio y trascendencia en el desenvolvimiento de la política nacional.
El Congreso tiene, forzosamente, que vivir las inquietudes de sus electores, siendo sus principales funciones las de fiscalizar y legislar, promoviendo el desarrollo de las regiones. Sin embargo, vemos con tristeza como hay parlamentarios que se preocupan primero por sus intereses personales –como dijo hace poco alguno– y luego por los intereses de la Patria.
La otra ventaja de la renovación parcial es que al permanecer en la Cámara una parte de sus miembros, estos podrán orientar a los nuevos congresistas en la mecánica legislativa y en los proyectos en estudio y debate. Además, este sistema de renovación contribuye a que los partidos políticos que representan a un sector de la ciudadanía en el Congreso estén activos y tomen en cuenta la opinión ciudadana, de la que un parlamentario no puede desvincularse sin menoscabo de su participación en la vida nacional.
Con la renovación parcial se remedia el desastre de Congresos impopulares cuyos miembros no rinden cuentas a nadie y cuyas deficiencias éticas e intelectuales, muchas veces señaladas, no suelen ser corregidas. Recordamos aquí una frase certera de José Ortega y Gasset: "Del nivel moral e intelectual de los parlamentarios depende en última instancia la firmeza y el prestigio de una democracia". (Rectificación de la República, Madrid, 1931).
Dada la penosa experiencia de Congresos recientes, hay mayor fundamento para optar por el sistema de renovación parcial, que existe en otras naciones del continente. Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen un Senado que va renovándose por tercios. En la Argentina, el Senado es elegido por seis años, renovándose por tercios cada dos. Es inocultable, además, que un aporte de sangre nueva es saludable al clima democrático; lo último pero no lo menor es que contribuiría a saldar la deuda ética que el Congreso tiene con el país.
Si queremos que se fortalezca la democracia, invoquemos a los congresistas a introducir las reformas necesarias que se traduzcan en una mejora del Poder Legislativo. El Congreso actual es una suma de minorías, pero es de esperar que la adopción del sistema de renovación parcial logre el consenso necesario para ser aprobado. Está de por medio el prestigio del Congreso.

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